El kirchnerismo proclama la intervención estatal en la economía, y la aplica en varios frentes (AFJP, YPF). Pero cuando debe realizar un ajuste para corregir desequilibrios macroeconómicos en lugar de tomar la iniciativa, deja que sea el mercado el que actúe. Luego de las elecciones de octubre del año pasado se esperaba la aplicación de medidas que redujeran los subsidios a la energía y, en menor medida, el transporte. Reducir los subsidios mejora la situación fiscal, y al disminuir la demanda de energía se reducen las importaciones (quitando presión a la devaluación del tipo de cambio), y se dan señales de precios para incentivar la inversión en generación local de gas y petróleo.

Cerca de fin de año el gobierno realizó anuncios que indicaban cierta voluntad de realizar este ajuste. Y digo "cierta voluntad", porque al mismo tiempo se imponían controles de cambio que reflejaban una concepción más voluntarista de la economía. Con las protestas por los aumentos de las tarifas, y el accidente ferroviario en Once, se decidió dar marcha atrás con el ajuste y en su lugar vino la reforma de la carta orgánica del Banco Central para permitir el financiamiento del déficit fiscal con emisión.

Es raro ver que un gobierno tan dirigista como este se resigne a que el ajuste lo termine haciendo el mercado. Es que si algo prevalece sobre la ideología económica del kirchnerismo es su ideología política. Esta reclama un poder total que no tolera críticas, y por ende minimiza los anuncios que puedan generar malhumor social. Que el malhumor está aumentando se pudo ver cuando el pasado martes Cristina mostró su faceta depresiva al hablar un día antes de la movilización de Hugo Moyano. Su semblante desencajado hizo que ayer varios columnistas políticos recurrieran a la psicología para analizar la coyuntura política del país. Por ejemplo, en nota de Carlos Pagni en La Nación:

El martes pasado, el foco de la política se posó sobre un factor que gravita cada vez más en la escena oficial: la emotividad de la Presidenta. En el discurso de ese mediodía apareció una Cristina Kirchner salida de su eje. Con argumentos incorrectos, desbordada, comunicó decisiones gravísimas mientras intentaba reprimir el llanto y disimular la ira. Si en Angola fue llamativa por lo eufórica, esta vez sorprendió por lo ansiosa y depresiva...

En ese contexto, a la señora de Kirchner se le ha vuelto borroso el límite en el que termina su yo y comienza el Estado. El último domingo explicó al primer ministro chino que el vínculo entre su país y la Argentina estaba fortalecido porque las relaciones bilaterales se oficializaron el día en que ella cumple años y porque el telegrama de esa oficialización se cursó en la fecha en que tuvo a su primer hijo.

Hay otra razón, más poderosa, para que la psicología comience a desplazar a la ciencia política en la explicación de los asuntos colectivos. Desde hace dos años la señora de Kirchner está expuesta a una serie de traumas ante los que cualquier ser humano resultaría vulnerable. Su esposo enfermó y fue operado en dos ocasiones; después falleció y la dejó al frente del Gobierno, con el desafío de ganar las elecciones; cuando lo consiguió, le diagnosticaron un cáncer; ya extirpada la tiroides, le informaron que el diagnóstico había sido equivocado. ¿Cómo viene procesando su psiquismo esta secuencia? ¿Qué impacto tiene la distancia de los hijos, la enfermedad de Máximo, la radicación de Florencia en España? ¿Qué secuelas ha dejado el déficit hormonal? Esas incógnitas tienen un significado político cambiante: las lágrimas que antes provocaban empatía, hoy a muchos les causan intranquilidad. Sobre todo desde que el ajuste económico somete a quien lo conduce a más y más presiones. Aquella advertencia de Kirchner a los ministros, "no hay que llevarle problemas a Cristina", tiene otra resonancia.

Según Pagni, Cristina conduce un ajuste económico y esto la somete a presiones. Disiento. Me parece que Cristina creyó el "relato" de Guillermo Moreno, y que este funcionario iba a ser capaz de corregir los desajustes del modelo sin recesión (y culpando a la economía mundial de cualquier desaceleración). Pero la economía no es voluntarista como Moreno proclama. Y el sector privado realizó el ajuste que no fue capaz de hacer el gobierno. Ayer Diego Cabot en una nota extensa sobre el consumo dió cuenta de la fuerte desaceleración del mismo:

Prácticamente no hay indicador independiente que no muestre una desaceleración o una caída del consumo. La confianza cae y las expectativas futuras también; las ventas se estancan en algunos rubros y se desploman en otros. Las empresas ya no se ilusionan con crecimientos de dos cifras y, en cambio, apuestan a mantener las ventas y no perder dinero.

Hoy Martín Kanenguiser afirma, con el aval de varios analistas, que el parate en la actividad económica local se debe a factores internos (y no que "el mundo se nos vino encima" como afirma Cristina). El gobierno empieza a darse cuenta que su popularidad está cayendo tanto o más que si hubiera realizado el ajuste. Y trata de embarrarle la cancha a Daniel Scioli para obligarlo a tomar medidas impopulares como el desdoblamiento del aguinaldo (el falso progresismo igualando, una vez más, hacia abajo). Aparentemente tiene consciencia que no puede asfixiar totalmente a la Provincia de Buenos Aires pues el gobierno nacional caería junto con el provincial. Aunque, considerando que Cristina empleó la fábula del escorpión y la rana en su comentado discurso del martes, no extrañaría ver un desenlace irracional.