La semana pasada escribí un post sobre el "resurgimiento" de la geografía como determinante del desarrollo económico, considerando su interacción con el calentamiento global. Desde hace varios años la comunidad académica se ha interesado por el tema del calentamiento global, su causa a través de la emisión de dióxido de carbono, y sus efectos sobre la productividad económica futura.

El ciclo del carbono describe como este se difunde en la atmósfera desde la superficie terrestre para luego ser absorbido a través de los océanos. La concentración de CO2 en la atmósfera afecta la temperatura en la superficie porque este gas absorbe e irradia parte de la radiación térmica de la Tierra (i.e. evita que el planeta "transpire" el exceso de calor). Con la Revolución Industrial se aceleró la tasa de emisión de dióxido de carbono, principalmente a través del uso de combustibles fósiles sobrepasándose la capacidad de absorción natural del ciclo de carbono.

Hoy no hay dudas que este proceso conduce a una elevación de las temperaturas promedio en la Tierra (mayormente de los mínimos). Lo que se debate es la velocidad a la cual aumentará la temperatura durante este siglo, los efectos que esto produce, y la intensidad de respuesta de política adecuada. El segundo punto es el que más llega al ciudadano común, por ejemplo a través del documental "Una verdad incómoda" que transmite un mensaje apocalíptico a pesar del (o gracias al) sopor monocorde de Al Gore. Sobre el primero parece ser que por unos cuarenta años más el calentamiento seguirá siendo gradual para luego comenzar a acelerarse, en caso de mantenerse el status quo. Para evitar esto se recomienda reducir la tasa de emisión de CO2 a través de un impuesto al carbono o restricciones cuantitativas (cap and trade). 

Además de las propuestas tradicionales de política se puede incentivar la innovación para reducir la emisión de CO2, o mejorar la eficiencia de fuentes de energía no contaminantes. Hoy en La Nación Andrés Oppenheimer publica una nota al respecto, criticando la postura excesivamente concentrada en el castigo a la contaminación de Rio+20. Más radical es la idea de innovar para modificar directamente el clima. Hace un mes y medio New Yorker dedicó una extensa nota a la "ingeniería climática", con énfasis en técnicas que reflejen parte de la luz solar que llega a la tierra a través de inyectar partículas de dióxido de sulfuro en la estratosfera, replicando de esta forma el efecto de erupciones volcánicas. Dados los riesgos inherentes, parece ser una "solución" de emergencia.

For years, even to entertain the possibility of human intervention on such a scale—geoengineering, as the practice is known—has been denounced as hubris. Predicting long-term climatic behavior by using computer models has proved difficult, and the notion of fiddling with the planet's climate based on the results generated by those models worries even scientists who are fully engaged in the research. "There will be no easy victories, but at some point we are going to have to take the facts seriously,'' David Keith, a professor of engineering and public policy at Harvard and one of geoengineering's most thoughtful supporters, told me. "Nonetheless,'' he added, "it is hyperbolic to say this, but no less true: when you start to reflect light away from the planet, you can easily imagine a chain of events that would extinguish life on earth." 

En el plano de la política regulatoria ideal, el trabajo reciente de Mikhail Golosov, John Hassler, Per Krusell, y Aleh Tsyvinski, "Optimal taxes on fossil fuel in general equilibrium", condensa una década de esfuerzos en entender cómo el ciclo de carbono afecta al clima y esto repercute en la productividad. Obviando consideraciones políticas para coordinar una respuesta global, estiman el impuesto óptimo al carbón. Reproduzco el abstract:

We analyze a dynamic stochastic general-equilibrium (DSGE) model with an externality through climate change from using fossil energy. A central result of our paper is an analytical derivation of a simple formula for the marginal externality damage of emissions. This formula, which holds under quite plausible assumptions, reveals that the damage is proportional to current GDP, with the proportion depending only on three factors: (i) discounting, (ii) the expected damage elasticity (how many percent of the output flow is lost from an extra unit of carbon in the atmosphere), and (iii) the structure of carbon depreciation in the atmosphere. Very importantly, future values of output, consumption, and the atmospheric CO2 concentration, as well as the paths of technology and population, and so on, all disappear from the formula. The optimal tax, using a standard Pigou argument, is then equal to this marginal externality. The simplicity of the formula allows the optimal tax to be easily parameterized and computed. Based on parameter estimates that rely on updated natural-science studies, we find that the optimal tax should be a bit higher than the median, or most well-known, estimates in the literature. We also show how the optimal taxes depend on the expectations and the possible resolution of the uncertainty regarding future damages. Finally, we compute the optimal and market paths for the use of energy and the corresponding climate change.

En mi opinión las consideraciones políticas son esenciales para entender cómo y cuándo deberíamos de esperar ver una reacción significativa ante los riesgos de calentamiento global. En particular cuando uno mira que el poder hoy en día reside en países que están en zonas relativamente frescas del planeta, no puedo dejar de pensar que hasta que la temperatura no sea la "ideal" para estos países desarrollados no se hará un esfuerzo para enfriar la cosa. Y como el clima cambiante es un "experience good" me parece que la respuesta de política tomará la forma de regulaciones incrementales (subóptimas inicialmente respecto de las caracterizadas por trabajos como el arriba citado), acompañadas por investigación en ingeniería climática que busque, de aquí a mediados de siglo, alternativas más seguras de ventilar el exceso de calor o reducir la radiación solar antes que entre en la atmósfera. 

Como evidencia que uno debiera desconfiar de las soluciones óptimas para analizar el calentamiento global, les sugiero analizar datos sobre proyectos de reducción de carbono. Varios emprendimientos en el mundo reducen emisiones de CO2 y las plasman en bonos o créditos que venden en un mercado. Los compradores son consumidores con conciencia medioambiental que buscan reducir sus emisiones (por ejemplo, varias compañías aéreas ofrecen la posibilidad de pagar un adicional para "eliminar" el impacto ambiental de viajar). Dado que el calentamiento global es, por definición, global, uno esperaría que se financien los emprendimientos más eficientes, sin importar dónde están radicados. Sin embargo, a pesar que tiene menor costo reducir emisiones en países en vías de desarrollo, la mayoría de estos emprendimientos se realizan (o realizaban, cuando vi algunas bases de datos hace seis años) en países desarrollados. Si el accionar privado se desvía tanto de la optimalidad, no esperemos mejor comportamiento por parte de los gobiernos.