Este post debe su génesis a la ola de comentarios que produjo la publicación del libro "Why Nations Fail" de Daron Acemoglu y Jim Robinson (AR). En particular hace unas semanas Eduardo Lora escribió en Foco Económico un post titulado "La geografía no está muerta", y hace unos días salieron en Nada es Gratis notas de Regina Grafe y Mónica Martínez Bravo, criticando y defendiendo los argumentos del libro respectivamente. El debate se da entre los que defienden la tesis de AR que la calidad de las instituciones es el principal determinante del progreso económico, mientras que del otro lado se sostiene que la geografía tiene un poder explicativo igual de importante. La tesis de AR está resumida en el post de Lora: 

En el aclamado libro de Acemoglu y Robinson "Why Nations Fail" se argumenta que las instituciones económicas incluyentes, que incentivan el esfuerzo, son la principal explicación de la prosperidad, y que las instituciones políticas incluyentes son la única base sobre la que pueden subsistir dichas instituciones económicas. Por instituciones políticas incluyentes se entiende aquellas que distribuyen el poder político a una pluralidad de grupos e individuos, con arreglo a ciertas restricciones.

El libro es convincente, la argumentación teórica es impecable y la erudición histórica es impactante, al menos para los legos. Pero hay una gran pregunta que queda flotando, aunque los autores crean haberla respondido: ¿de dónde salen las instituciones políticas incluyentes?

Acemoglu y Robinson parecen creer que se trata de algo aleatorio, que puede ocurrir o no según circunstancias y caprichos históricos.  La geografía no entra prácticamente para nada en sus tesis, a pesar de que el grueso de los sistemas políticos incluyentes está en Europa y no en África, donde hay muchos más países, mayor diversidad racial y cultural y una historia mucho más larga de experimentación política.

Como lo señala Jared Diamond en un interesante comentario publicado por The New York Review of Books, Acemoglu y Robinson ignoran olímpicamente dos áreas completas de conocimiento: la ciencia de la agricultura y la medicina tropical. También ignoran hallazgos recientes sobre la historia del gobierno. 

Justamente Jared Diamond, autor del fascinante libro "Germs, Guns and Steel", es uno de los exponentes del campo opuesto a AR que resalta el papel de la geografía en el desarrollo económico. Como observador cuasi neutral considero que ambos tienen razón y que el desarrollo se debe a la conjunción de factores geográficos e institucionales. En este momento algún lector simpatizante de AR pensará que los factores geográficos dejaron de ser relevantes hace alrededor de 500 años, y que hoy en día solamente importan las instituciones. Yo tendía a aceptar esa idea hasta que estando en Copenhagen me enteré de un interesante paper que estudia la relación entre condiciones climáticas y crecimiento económico en Estados Unidos. 

El trabajo "Lightning, IT Diffusion and Economic Growth across US States" de Thomas Barnebeck Andersen, Jeanet Bentzen, Carl­ Johan Dalgaard y Pablo Selaya, de pronta publicación en el Review of Economic and Statistics, compara las tasas de crecimiento de los diferentes estados de EEUU entre 1977 y 2007. Encuentra que luego de 1990 los estados que tienen mayor frecuencia de rayos tienen una menor tasa de crecimiento de la productividad laboral, mientras que antes de 1990 no hay una relación entre ambas variables. La explicación que postulan para este fenómeno es que los rayos afectan el desarrollo de la industria de las tecnologías de la información (IT). Los rayos ocasionan fluctuaciones de voltaje y cortes en el suministro de energía que dañan los equipos digitales y por ende aumentan los costos operativos. Validan esta hipótesis al encontrar que efectivamente en las zonas donde hay más frecuencia de rayos hubo menor difusión de IT. 

Los autores concluyen que, en vista del calentamiento global, los factores geográficos tendrán mayor importancia en el desarrollo económico en el futuro, y no solo para los países pobres:

By implications, high‐tech societies may actually be quite vulnerable to climate shocks. Consistent with the temperate drift hypothesis, technological change may therefore render societies more sensitive to climate phenomena that previously were only of second order importance.

Parafraseando a Lora, si la geografía estuviese muerta, pronto resucitaría.